“Rafael Narbona (Madrid, 1963) ha sido
profesor de filosofía y hoy es uno de los críticos literarios y periodistas
culturales más reconocidos en España. […] Actualmente participa en el programa Julia en la onda (Onda Cero), y cuenta
con un éxito arrollador en sus redes sociales, con más de 120 000 seguidores en
X. […] Vive con su mujer, Piedad, en un pequeño pueblo castellano, junto con
sus perros y una biblioteca de más de 10 000 volúmenes”.
Narbona, R. (2024): “Maestros de la
felicidad. De Sócrates a Viktor Frankl, un viaje único por la historia de la
filosofía”. (Solapa de la portada).
Roca editorial
“Miro hacia atrás y no sé si he conseguido
materializar el propósito de este libro: exaltar la vida, mostrar que el ser
humano puede elegir, que no es una marioneta en manos de la fatalidad, que es
posible salir de esas regiones sombrías donde a veces deambulamos sin
esperanza, que el dolor psíquico puede superarse, que el optimismo no es una
ingenuidad, sino un ejercicio de lucidez, que
la filosofía lejos de ser una disciplina inútil, nos ayuda a vivir mejor”
Narbona, R. (2024): “Maestros de la
felicidad. De Sócrates a Viktor Frankl, un viaje único por la historia de la
filosofía”. (p. 535). Roca
editorial
¿Qué es el modelo biologicista de la
psiquiatría que sufrió Rafael Narbona?
Este relato personal e íntimo que
Rafael Narbona cuenta con respecto a su enfermedad mental me parece muy
ilustrativo sobre lo difíciles que son los diagnósticos y tratamientos en salud
mental:
“Desde los años ochenta, la psiquiatría
trabaja con un paradigma biologicista, según el cual todas las enfermedades
mentales tienen una base fisiológica. Esta teoría ha provocado que millones de
personas consuman antidepresivos, neurolépticos y benzodiacepinas durante
largos períodos, sin experimentar en muchas ocasiones mejorías significativas.
Algunos médicos y psiquiatras (Joanna Moncrieff, Peter C. Gøtzsche, James
Davies) han comenzado a pedir un cambio de paradigma para abordar los problemas
de salud mental, apuntando que se tiende a medicalizar el sufrimiento. Muchas
de las supuestas patologías que se diagnostican son simples cuadros de dolor
psíquico agudo, susceptibles de curación con apoyo psicológico y social. Decirle
a una persona que sufre una patología irreversible con una base bioquímica
suele provocar que se hunda en el desaliento y el pesimismo”.
[…]
“Cuando desbordado por el sufrimiento,
yo acudí a un psiquiatra me recetaron amitriptilina, un antidepresivo
tricíclico. Seis semanas después, sufrí un brote de manía. Apenas dormía, no
podía parar de hablar, hice compras irresponsables, cambié de forma de vestir,
me irritaba por cualquier motivo. Empecé a albergar fantasías suicidas y mis
ideas políticas se radicalizaron. Cuando se lo comenté al psiquiatra, afirmó
que en realidad no sufría una depresión, sino trastorno bipolar y aumentó la
dosis de amitriptilina, añadiendo oxcarbazepina, un antiepiléptico y
lormetazepam, una benzodiacepina. Empeoré dramáticamente hasta el punto de que
no pude continuar con mi vida normal. Después llegaría la baja que me apeó de
la enseñanza y me convirtió en un jubilado prematuro.
Tras leer varios estudios sobre los
riesgos de los psicofármacos y el error que representaba medicalizar el
sufrimiento, decidí retirarme la medicación poco a poco. Primero, prescindí del
lormetazepam. Después de la oxcarbazepina y, finalmente, de la amitriptilina. La
retirada del antidepresivo, que me llevó dos años, restableció mi equilibrio.
Desaparecieron el mal humor, la agitación, los cambios bruscos de ánimo, las
conductas irresponsables. Prescindir de los psicofármacos fue una experiencia
durísima, pues —aunque la industria farmacéutica sostenga lo contrario— crean
dependencia. No son drogas recreativas que produzcan el deseo compulsivo de
consumirlas, pero el organismo se acostumbra a depender de estímulos químicos,
y cuando se suprimen aparecen síntomas como insomnio, cefaleas, dolores
musculares, agitación psicomotriz, ansiedad. A fin de cuentas, los
psicofármacos, como señala la psiquiatra Joanna Moncrieff, intoxican el cerebro
y alteran el sistema nervioso central. Aún tengo problemas para conciliar el
sueño y mantenerlo, pero poco a poco estoy consiguiendo volver a dormir de
forma natural. No pretendo generalizar mi experiencia ni mucho menos recomendar
a nadie que interrumpa su medicación, pero sería deshonesto ocultar lo que he
vivido. Pienso que acudí al psiquiatra,
como millones de personas, buscando huir del sufrimiento y, erróneamente, se
trató mi dolor como una patología biológica y se me recetaron unos
psicofármacos que solo me hicieron daño. Mi supuesta bipolaridad fue un
efecto de la medicación. Antes de tomar antidepresivos, nunca había sufrido
cuadros de manía, y ahora que llevo cinco años sin medicación, no he vuelto a
experimentar esa clase de síntomas. A veces se apodera de mi la melancolía,
pero eso no es una enfermedad, sino una reacción emocional a una forma de ser”.
Narbona, R. (2024): “Maestros de la
felicidad. De Sócrates a Viktor Frankl, un viaje único por la historia de la
filosofía”. (pp. 525, 526,
529, 530, 531). Roca editorial
¿Conoces al psiquiatra Viktor Frankl y
su método terapéutico: logoterapia?
De entre todos los protagonistas de la
Historia de la Filosofía sobre los que nos habla de forma tan amena Rafael
Narbona, yo te escojo a uno de mis favoritos: Viktor Frankl, cuyo libro El hombre en busca de sentido, ya tuve
oportunidad de leer hace mucho tiempo y recuerdo que me había encantado. Ahora te
acerco algo de lo que nos cuenta sobre él nuestro autor:
“Se conoce a Viktor Frankl por su
trágica experiencia en distintos campos de concentración nazis, pero conviene
recordar que no solo fue un testigo particularmente lúcido, sino un psiquiatra
y neurólogo que inventó la logoterapia,
un método curativo orientado a superar el dolor psíquico mediante elaboración
de metas y objetivos. La logoterapia menos retrospectiva y menos introspectiva
que el psicoanálisis, está orientada hacia el futuro. La apertura al porvenir
rompe el ensimismamiento neurótico, que vuelve una y otra vez a sus obsesiones,
reforzándolas con sus pensamientos recurrentes. La logoterapia considera que la
principal motivación del ser humano no es la búsqueda de placer o poder, sino
la búsqueda de sentido”.
[…]
“Viktor Frank, superviviente de
Auschwitz, Dachau y otros campos de exterminio, sostenía que al ser humano se
le podía arrebatar todo, menos la capacidad de elegir la forma de afrontar los
hechos. No se limitaba a teorizar. Su mujer, Tilly Grosser, había muerto en
Bergen-Belsen el día de su liberación. Debilitada por las penalidades, fue
aplastada por una multitud que se abalanzó hacia la puerta de entrada al
descubrir la presencia de tropas británicas. El ser humano no es una cosa entre
las cosas, sino un sujeto racional. No se limita a existir, sino que decide.
Frankl cita un aforismo de Nietzsche: “Quien tiene un porqué para vivir,
encontrará casi siempre un cómo”. Sin una meta o un porqué, no se puede
sobrevivir a las penalidades. No hay que esperar algo de la vida. Es “la vida
la que espera algo de nosotros”. No podemos eludir esa responsabilidad, salvo
que estemos dispuestos a destruir nuestra propia esencia moral y racional.
Frankl incorporó lo que había aprendido en el Lager a su trabajo como psiquiatra y creó la logoterapia, según la
cual lo que caracteriza al ser humano no es la búsqueda del placer (Freud) o de
poder (Nietzsche), sino la búsqueda de sentido. Lo verdaderamente humano es la capacidad de pensar y realizar un
proyecto. El sentido aparece cuando experimentamos una tensión hacia un fin
noble y racional: “El sufrimiento deja de ser en cierto modo sufrimiento en el
momento en que se encuentra un sentido, como puede serlo el sacrificio”. Frankl
niega que el ser humano esté totalmente condicionado o determinado. Las circunstancias
nos imponen límites, pero siempre existe la posibilidad de transcenderlos o afrontarlos de una forma digna, inteligente
y creativa”.
Narbona, R. (2024): “Maestros de la
felicidad. De Sócrates a Viktor Frankl, un viaje único por la historia de la
filosofía”. (pp. 95, 96,
505). Roca editorial
“Dicen que el paraíso era un hermoso huerto,
con árboles frutales y bañado por ríos de aguas cristalinas, pero yo creo que
el paraíso no es un lugar, sino un estado de ánimo. Eso sí, aunque no tiene
árboles ni plantas, necesita que lo cuidemos con ternura y paciencia. Este libro es mi forma de regar ese huerto
que desatendí durante tanto tiempo”.
Narbona, R. (2024): “Maestros de la
felicidad. De Sócrates a Viktor Frankl, un viaje único por la historia de la filosofía”.
(p. 523). Roca editorial
Un saludo muy afectuoso.
Paulino.
Fuente del vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=_3CRJfU9Fbs