“Pienso,
luego como (demasiado)”
escrito por el equipo de Psiquiatría
y Salud Mental del Hospital Universitario Infanta Leonor nos ofrece una visión
amplia de los factores emocionales, psicológicos, cognitivos y fisiológicos que
influyen en la forma de alimentarnos.
Del libro os comparto dos ideas que nos hablan de la relación tan estrecha que hay entre los hábitos alimenticios y la salud mental:
1. LA OBESIDAD COMO TRASTORNO PSICOSOMÁTICO
2. ¿POR QUÉ SE PRODUCE EL HAMBRE EMOCIONAL?
LA
OBESIDAD COMO TRASTORNO PSICOSOMÁTICO
“ Al estudiar y constatar la
resistencia de las personas con obesidad al cambio efectivo y mantenido de sus
hábitos y conductas relacionadas con la alimentación, empezamos a entender la
obesidad como un trastorno psicosomático, es decir, desde una perspectiva
biopsicosocial que desborda la habitual identificación de este trastorno como
un problema meramente médico-biológico.
A la hora de entender la importancia
de lo psicológico, en una primera aproximación a la psicopatología relacionada
con la obesidad encontramos ciertos trastornos primarios, es decir, que actúan
como desencadenantes o agravantes del problema del sobrepeso, y, por otro lado,
problemas derivados de la repercusión que la obesidad tiene en esas personas,
que son un factor relevante en la cronicidad y ensombrecen el pronóstico.
Aunque todavía tienen poca presencia
en los servicios sanitarios, algunos equipos empiezan a desarrollar modelos
para aproximarse al problema de la obesidad como un trastorno del control de
los impulsos o como una adicción a la comida. También se empiezan a poner en
práctica terapias basadas en modelos psicológicos, como el enfoque cognitivo-conductual
o el sistémico, que, basados en una perspectiva que transciende a lo
“psicológico” del individuo, pero sin caer en la vaguedad de “lo social”,
tratan de abordar el problema de la obesidad mediante un encuadre que incluye
las relaciones de pareja y de familia o la gestión de las emociones o de las
distorsiones del pensamiento.
Es cierto que, hasta la fecha, la
psiquiatría y la psicología han ido prestando una atención creciente a los
trastornos de la conducta alimentaria —anorexia nerviosa y bulimia nerviosa,
principalmente—cuya psicopatología asociada resultaba evidente para cualquier
profesional de la salud. En cambio, la obesidad no ha recibido tanta atención,
por motivos de sesgo cultural, más que científicos. Sabemos que el hecho de que
no haya una relación tan visible entre la obesidad y los componentes
psicológicos (al menos, no existe un único perfil psicológico que llegue a
explicar todos los casos de obesidad) ha perjudicado los intentos de
aproximación desde la salud mental a los sujetos obesos. Sin embargo, que esta
relación no sea fácilmente visible no quiere decir que no exista ni menos aún
que esta no sea un factor decisivo en el curso del trastorno.
Nosotros consideramos que el factor
psicológico, entendido como cognitivo, emocional y conductual, puede situarse
en la causa y el mantenimiento o bien propiciar la resistencia a los trastornos
de la obesidad que solamente operan en la faceta “biológica” del sujeto.
Algunos autores consideran la obesidad como un trastorno identificado por el
DSM-IV (MDE en castellano, por Manual Diagnóstico y Estadístico de los
Trastornos Mentales) como trastorno de la alimentación no especificado (F50.9),
pues describe a la mayoría de los pacientes con obesidad.
Quintero J. et al. (2021): “Pienso,
luego como (demasiado). Comprende el impacto de las emociones en el sobrepeso y
aprende a controlarlo de forma consciente” (pp.28 y 29). Shackleton Books.
¿POR QUÉ
SE PRODUCE EL HAMBRE EMOCIONAL?
“En primer lugar, analizaremos el
sustrato biológico entre el hambre y las emociones. Sabemos que ambos comparten
mecanismos neuronales para su regulación. En el cerebro existen algunas
estructuras y circuitos que se encargan de modular tanto el hambre y la
alimentación como las emociones.
Cuando nos encontramos ante una
situación amenazante que nos provoca una emoción negativa, como puede ser el
miedo, el estrés o la ansiedad, hay una estructura cerebral, la amígdala, que
se activa como respuesta a esa situación y que genera en nosotros estas
emociones para que se active la alarma y seamos capaces de protegernos. Esta
estructura es fundamental porque reconoce peligros potenciales y porque se
encarga de almacenar esas emociones, para hacernos actuar de forma automática
si aparecen de nuevo estas situaciones. Cuando la amígdala se activa, envía una
señal al hipotálamo para estimularlo y que nuestro cuerpo se prepare ante el
peligro. El hipotálamo es el responsable de que, cuando sentimos miedo o
ansiedad, aumenten a sudoración y frecuencia cardiaca, se nos erice el vello o
se nos dilaten las pupilas; es decir, nos prepara para hacer frente a la
amenaza. Pues bien, el hipotálamo se encarga no solo de esa regulación de las
emociones, sino también, como hemos visto en capítulos anteriores, del control
de la alimentación, pues en él se localizan tanto el circuito del hambre como
el de saciedad. Así pues, la activación de esas estructuras debido a una
situación emocional puede alterar la regulación de la alimentación.
La respuesta del organismo frente al
estrés también puede contribuir al desarrollo de la alimentación emocional. En
una situación de ansiedad, el hipotálamo segrega una hormona que desencadena la
liberación de glucocorticoides desde la glándula suprarrenal. Estos
glucocorticoides son sustancias que permanecen en el torrente sanguíneo durante
un periodo prolongado de tiempo y que actúan sobre el apetito aumentándolo. Lo
que significa que pueden llevarnos a una mayor ingesta de alimentos como
consecuencia de una situación estresante. Además, esto explica las diferencias
que podemos encontrar entre unas personas y otras y por qué hay a quien la
ansiedad le aumenta el apetito y a quien no. Los individuos cuyas glándulas
suprarrenales secretan de forma natural mayores cantidades de glucocorticoides
como respuesta al estrés tienen mayor tendencia a comer más, lo que puede
predisponer a sentir más hambre emocional. También tienen esa predisposición
las personas cuyos cuerpos requieren más tiempo para limpiar el torrente
sanguíneo del exceso de glucocorticoides. El tipo de estrés al que está
sometida una persona también influirá en el hambre emocional. Estar sometido a
estrés de forma intermitente pero frecuente desencadena liberaciones
esporádicas y repetidas de glucocorticoides, interrumpidas por intervalos sin
estrés demasiados cortos como para permitir una reducción completa hasta los
niveles iniciales de glucocorticoides; es decir, las situaciones de estrés son
tan continuas que siempre hay cierto exceso de corticoides en el torrente
sanguíneo, lo cual se relaciona con un mayor aumento del apetito. Por lo tanto,
aquellas personas cuyos estilos de vida conllevan situaciones de estrés
intermitentes pero frecuentes tienen un mayor riesgo biológico para desarrollar
hambre emocional”.
Quintero J. et al. (2021): “Pienso,
luego como (demasiado). Comprende el impacto de las emociones en el sobrepeso y
aprende a controlarlo de forma consciente” (pp.100-102). Shackleton Books.
Es curioso, pero no deja de ser un
libro sobre alimentación escrito por expertos en salud mental, en el que nos
dan una visión más amplia, con más aristas del prisma de los trastornos de la alimentación.
Un saludo muy afectuoso.
Paulino.
( https://www.instagram.com/iglesias.paulino/ )
No hay comentarios:
Publicar un comentario