jueves, 6 de febrero de 2025

Pienso, luego como (demasiado)

        “Pienso, luego como (demasiado)”  escrito por el equipo de Psiquiatría y Salud Mental del Hospital Universitario Infanta Leonor nos ofrece una visión amplia de los factores emocionales, psicológicos, cognitivos y fisiológicos que influyen en la forma de alimentarnos.

        Del libro os comparto dos ideas que nos hablan de la relación tan estrecha que hay entre los hábitos alimenticios y la salud mental:  

1. LA OBESIDAD COMO TRASTORNO PSICOSOMÁTICO

2. ¿POR QUÉ SE PRODUCE EL HAMBRE EMOCIONAL?


LA OBESIDAD COMO TRASTORNO PSICOSOMÁTICO

           “ Al estudiar y constatar la resistencia de las personas con obesidad al cambio efectivo y mantenido de sus hábitos y conductas relacionadas con la alimentación, empezamos a entender la obesidad como un trastorno psicosomático, es decir, desde una perspectiva biopsicosocial que desborda la habitual identificación de este trastorno como un problema meramente médico-biológico.

        A la hora de entender la importancia de lo psicológico, en una primera aproximación a la psicopatología relacionada con la obesidad encontramos ciertos trastornos primarios, es decir, que actúan como desencadenantes o agravantes del problema del sobrepeso, y, por otro lado, problemas derivados de la repercusión que la obesidad tiene en esas personas, que son un factor relevante en la cronicidad y ensombrecen el pronóstico.

        Aunque todavía tienen poca presencia en los servicios sanitarios, algunos equipos empiezan a desarrollar modelos para aproximarse al problema de la obesidad como un trastorno del control de los impulsos o como una adicción a la comida. También se empiezan a poner en práctica terapias basadas en modelos psicológicos, como el enfoque cognitivo-conductual o el sistémico, que, basados en una perspectiva que transciende a lo “psicológico” del individuo, pero sin caer en la vaguedad de “lo social”, tratan de abordar el problema de la obesidad mediante un encuadre que incluye las relaciones de pareja y de familia o la gestión de las emociones o de las distorsiones del pensamiento.

        Es cierto que, hasta la fecha, la psiquiatría y la psicología han ido prestando una atención creciente a los trastornos de la conducta alimentaria —anorexia nerviosa y bulimia nerviosa, principalmente—cuya psicopatología asociada resultaba evidente para cualquier profesional de la salud. En cambio, la obesidad no ha recibido tanta atención, por motivos de sesgo cultural, más que científicos. Sabemos que el hecho de que no haya una relación tan visible entre la obesidad y los componentes psicológicos (al menos, no existe un único perfil psicológico que llegue a explicar todos los casos de obesidad) ha perjudicado los intentos de aproximación desde la salud mental a los sujetos obesos. Sin embargo, que esta relación no sea fácilmente visible no quiere decir que no exista ni menos aún que esta no sea un factor decisivo en el curso del trastorno.

        Nosotros consideramos que el factor psicológico, entendido como cognitivo, emocional y conductual, puede situarse en la causa y el mantenimiento o bien propiciar la resistencia a los trastornos de la obesidad que solamente operan en la faceta “biológica” del sujeto. Algunos autores consideran la obesidad como un trastorno identificado por el DSM-IV (MDE en castellano, por Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales) como trastorno de la alimentación no especificado (F50.9), pues describe a la mayoría de los pacientes con obesidad.

        Quintero J. et al. (2021): “Pienso, luego como (demasiado). Comprende el impacto de las emociones en el sobrepeso y aprende a controlarlo de forma consciente” (pp.28 y 29). Shackleton Books.

¿POR QUÉ SE PRODUCE EL HAMBRE EMOCIONAL?

        “En primer lugar, analizaremos el sustrato biológico entre el hambre y las emociones. Sabemos que ambos comparten mecanismos neuronales para su regulación. En el cerebro existen algunas estructuras y circuitos que se encargan de modular tanto el hambre y la alimentación como las emociones.

        Cuando nos encontramos ante una situación amenazante que nos provoca una emoción negativa, como puede ser el miedo, el estrés o la ansiedad, hay una estructura cerebral, la amígdala, que se activa como respuesta a esa situación y que genera en nosotros estas emociones para que se active la alarma y seamos capaces de protegernos. Esta estructura es fundamental porque reconoce peligros potenciales y porque se encarga de almacenar esas emociones, para hacernos actuar de forma automática si aparecen de nuevo estas situaciones. Cuando la amígdala se activa, envía una señal al hipotálamo para estimularlo y que nuestro cuerpo se prepare ante el peligro. El hipotálamo es el responsable de que, cuando sentimos miedo o ansiedad, aumenten a sudoración y frecuencia cardiaca, se nos erice el vello o se nos dilaten las pupilas; es decir, nos prepara para hacer frente a la amenaza. Pues bien, el hipotálamo se encarga no solo de esa regulación de las emociones, sino también, como hemos visto en capítulos anteriores, del control de la alimentación, pues en él se localizan tanto el circuito del hambre como el de saciedad. Así pues, la activación de esas estructuras debido a una situación emocional puede alterar la regulación de la alimentación.

        La respuesta del organismo frente al estrés también puede contribuir al desarrollo de la alimentación emocional. En una situación de ansiedad, el hipotálamo segrega una hormona que desencadena la liberación de glucocorticoides desde la glándula suprarrenal. Estos glucocorticoides son sustancias que permanecen en el torrente sanguíneo durante un periodo prolongado de tiempo y que actúan sobre el apetito aumentándolo. Lo que significa que pueden llevarnos a una mayor ingesta de alimentos como consecuencia de una situación estresante. Además, esto explica las diferencias que podemos encontrar entre unas personas y otras y por qué hay a quien la ansiedad le aumenta el apetito y a quien no. Los individuos cuyas glándulas suprarrenales secretan de forma natural mayores cantidades de glucocorticoides como respuesta al estrés tienen mayor tendencia a comer más, lo que puede predisponer a sentir más hambre emocional. También tienen esa predisposición las personas cuyos cuerpos requieren más tiempo para limpiar el torrente sanguíneo del exceso de glucocorticoides. El tipo de estrés al que está sometida una persona también influirá en el hambre emocional. Estar sometido a estrés de forma intermitente pero frecuente desencadena liberaciones esporádicas y repetidas de glucocorticoides, interrumpidas por intervalos sin estrés demasiados cortos como para permitir una reducción completa hasta los niveles iniciales de glucocorticoides; es decir, las situaciones de estrés son tan continuas que siempre hay cierto exceso de corticoides en el torrente sanguíneo, lo cual se relaciona con un mayor aumento del apetito. Por lo tanto, aquellas personas cuyos estilos de vida conllevan situaciones de estrés intermitentes pero frecuentes tienen un mayor riesgo biológico para desarrollar hambre emocional”.

        Quintero J. et al. (2021): “Pienso, luego como (demasiado). Comprende el impacto de las emociones en el sobrepeso y aprende a controlarlo de forma consciente” (pp.100-102). Shackleton Books.

        Es curioso, pero no deja de ser un libro sobre alimentación escrito por expertos en salud mental, en el que nos dan una visión más amplia, con más aristas del prisma de los trastornos de la alimentación.

        Un saludo muy afectuoso.

        Paulino.


https://www.instagram.com/iglesias.paulino/ )



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