martes, 3 de diciembre de 2024

Las cicatrices no duelen

        La doctora Anabel González (www.anabelgonzalez.es) visitó el Club Faro en Vigo para la presentación de su libro “¿Por dónde se sale?” (Editorial Planeta) pero en este artículo te hablo de un libro anterior “Las cicatrices no duelen. Cómo sanar nuestras heridas y deshacer los nudos emocionales  (Editorial Planeta)

        Anabel González es psiquiatra y psicoterapeuta y desde hace años imparte formación a otros especialistas y es entrenadora acreditada de terapia EMDR (en español, Desensibilización y Reprocesamiento por medio de Movimientos Oculares). Su anterior libro, Lo bueno de tener un mal día  del que escribí un artículo anterior (https://paulino-iglesias.blogspot.com/2024/10/lo-bueno-de-tener-un-mal-dia.html ) ha sido traducido a varias lenguas.

         ¿Que nos muestra Anabel en este libro?

        “Es duro sufrir un problema psicológico, obsesionarse con algo y no saber salir, sentir que te hundes sin poder remontar, vivir con angustia sin encontrar cómo calmarte. Con este libro, quiero mostrar cómo se pueden romper los nudos emocionales que nos atan al pasado, cómo curar las heridas que nos impiden decidir con libertad y pasar a sentirnos orgullosos de las viejas cicatrices que forman parte de quiénes somos. En definitiva, la razón de mirar atrás es realmente cambiar el presente y disfrutar de verdad de lo que somos ahora”.

        González, A. (2021): “Las cicatrices no duelen. Cómo sanar nuestras heridas y deshacer los nudos emocionales”. (pp. 11 y 12). Planeta.

        Del libro de Anabel te extraigo solamente dos historias o casos clínicos muy emocionantes, en el primero puedes ver en qué consiste la terapia EMDR y en el segundo, la psiquiatra confirma que las terapias orientadas al trauma pueden ayudar a las personas con cuadros psicóticos, esquizofrénicas o trastornos bipolares.

        ¿En qué consiste la terapia EMDR (en español, Desensibilización y Reprocesamiento por medio de Movimientos Oculares)?

        En esta primera historia, que nos cuenta Anabel,  creo que se puede ver la esencia de esta terapia; que luego también desarrolla en otras historias, con resultados muy interesantes:

         “Contaré muchas historias en este libro que, si bien se inspiran en las personas a las que he tratado, están modificadas en muchos aspectos para preservar su privacidad. Una de ellas es la de Ramón, un hombre de cuarenta y seis años que trabajaba en una fábrica química. Mientras conducía por la autopista, sintió un súbito impulso de estrellar el coche. Estaba asustado, no entendía lo que había pasado, él no había tenido previamente ninguna intención de quitarse la vida. Dos años antes, Ramón había acudido con síntomas de depresión a la unidad de salud mental en la que yo trabajaba. No lo relacionó con ninguna experiencia concreta, así que le dieron medicación antidepresiva y mejoró en unos meses. Llevaba ya más de un año sin tomar ningún tratamiento y todo parecía ir bien…hasta ese día.

        Cuando me contaba el impulso que sintió en el coche, le pedí a Ramón que se fijase en la sensación que sentía el cuerpo. Notaba una especie de angustia en la zona del estómago. Le sugerí entonces que, centrándose en esa sensación, dejara ir su mente hacia atrás en el tiempo hasta la primera vez en que notó algo similar, aunque la situación fuese totalmente distinta. Tras un minuto, abrió los ojos sorprendido y me contó una historia que inicialmente no había conectado con el incidente del coche ni con su pasada depresión.

Bastante tiempo atrás, hubo un accidente en la fábrica donde trabajaba. Un compañero suyo cayó en un bidón de residuos tóxicos y él, instintivamente, trató de ayudarlo. Estaba claro que nadie que se sumergiera en aquella sustancia sobreviviría, pero Ramón metió la mano, localizó el cuerpo de su compañero y, al tirar con fuerza, notó que algo crujía. Mientras sacaban al compañero muerto, él no dejaba de pensar que le había roto el cuello. Aunque entendía que no había sido responsable, aquel recuerdo aún le producía mucha angustia. Contra toda lógica, Ramón se sentía culpable.

[…]

        …, el accidente de su amigo parecía un hecho tan claramente traumático que le propuse a Ramón recurrir a la terapia EMDR. Así que, sin hablar demasiado sobre la situación, nos pusimos manos a la obra. Le pedí que se centrara en el peor momento (el chasquido que notó al tirar hacia arriba del cuerpo de su compañero), en su creencia “soy culpable”, en la emoción de impotencia que aún le producía y en aquella sensación que sentía en el estómago. Le indiqué que, notando eso, siguiese mis dedos —que dibujaban una línea horizontal de lado a lado— con los ojos, sin mover la cabeza.

        Entonces ocurrió otra cosa sorprendente. Primero, de un modo muy rápido, entre tanda y tanda de movimientos oculares, Ramón empezó a describirme cambios en el recuerdo de aquella experiencia, iba observando cómo la imagen perdía fuerza. La sensación de su estómago comenzó a aflojarse; luego, se desplazó; y, finalmente desapareció. Pero lo más curioso fue la conclusión a la que llegó: “Esto que me estás haciendo… influye en el cerebro, ¿verdad?”. De algún modo, aquel hombre, que no sabía nada sobre psicología ni sobre la terapia que estábamos llevando a cabo, al que yo no había tratado de convencer de nada, me estaba describiendo lo mismo que me habían explicado en la formación sobre el EMDR: el movimiento ocular produce un efecto directo sobre el sistema nervioso y sobre la memorias no procesadas. Al acabar la sesión, Ramón ya no sentía malestar alguno ante aquel recuerdo que lo había atormentado y que ahora se había alejado para siempre. La culpa se había ido sin más, sin que tuviésemos que hablar de ello ni analizar nada. Vi a Ramón cierto tiempo después: aquel impulso no volvió a presentarse y él no necesitó, como la vez anterior, tomar ninguna medicación.

        Este resultado despertó mi curiosidad y me hizo seguir probando el mismo sistema en otras personas. No en todas se produjo un cambio tan llamativo, y menos en una sola sesión, pero los efectos positivos me animaron a continuar profundizando. Muchos pacientes con los que llevaba tiempo trabajando entendían qué debían cambiar para mejorar, pero aún así no conseguían avanzar más. Al trabajar con el EMDR, sin embargo, parecían desbloquearse definitivamente. Es como si este procedimiento trabajase a otro nivel, a mayor profundidad, en la base del problema. En esta forma de entender el funcionamiento de la mente humana se enlazaban el presente y el pasado, los pensamientos, las emociones y el cuerpo, de un modo que para mí tenía mucho sentido”.

        González, A. (2021): “Las cicatrices no duelen. Cómo sanar nuestras heridas y deshacer los nudos emocionales”. (pp. 14-16). Planeta.

        ¿Y qué sucede cuando la mente se rompe?

        En esta segunda historia conmovedora y tierna, Anabel prueba a utilizar la terapia EMDR con personas con trastorno mental grave:

        “Agustina era una mujer mayor que, desde hacía unos años, venía a mi consulta en la unidad de salud mental en la que trabajaba entonces. Tenía síntomas claros de esquizofrenia. Sentía continuamente que la gente le enviaba mensajes que la advertían de que no podía hacer lo que le gustaba o, de lo contrario, aquellos  a los que quería sufrirían consecuencias. Apenas se relacionaba más que con su hijo y su perro, pero la aterrorizaba que pudiera pasarles algo. En realidad, Agustina llevaba sintiendo estas sensaciones desde hacía muchos años, pero, mientras fueron únicamente referidos a ella, decidió aguantar y no comentarlo con nadie.

        Cuando me formaba como residente de psiquiatría, mis tutores se esforzaron en explicarme que los pacientes como Agustina eran muy delicados y que debíamos tener cuidado con las intervenciones que hacíamos. Eran personas con un nivel de sufrimiento muy grande, que generalmente sentían que todo a su alrededor era hostil, y en su cabeza se mezclaban las ideas sin que pudiesen discriminar si tenían o no verosimilitud. Por ello, los profesionales teníamos que evitar a toda costa confundirlos más, necesitábamos ayudarlos a ver la realidad y cómo su mente la distorsionaba, y teníamos que centrarnos en buscar una medicación que ayudase a su cerebro a conectar únicamente aquello que realmente estaba relacionado. Solo los fármacos, me decían, han demostrado su efecto. Hacer terapias, sobre todo si iban encaminadas a buscar en la historia del paciente, era equivalente a “revolver” un cerebro ya de por sí muy desorganizado, y podría ser contraproducente. Con esta idea hemos funcionado muchas generaciones de psiquiatras.

        Agustina iba a enseñarme una lección muy importante: estábamos equivocados. Por ello, no puedo terminar este libro sin hacer honor a quien fue una de mis maestras. Más tarde, la investigación ha confirmado que las terapias orientadas al trauma pueden ayudar a las personas con cuadros psicóticos, y que estas no se descompensan porque las ayudemos con este tipo de herramientas.

        Con Agustina probamos todo tipo de fármacos que funcionaban en muchos pacientes. Sin embargo, nada parecía ayudar a esta mujer. Es más, su estado se deterioraba a pasos agigantados, cada vez la veía más desmejorada, incluso físicamente, porque adelgazaba día tras día, y estaba planteándome la necesidad de ingresarla. Antes de hacer esto, hablé con ella sobre la posibilidad de trabajar con EMDR. Estuvo de acuerdo, así que nos pusimos a ello.

        Trabajamos en concreto la etapa anterior a que empezaran sus síntomas, mucho tiempo atrás, cuando su hijo aún era pequeño. Agustina vivía entonces con sus padres y el niño, y, en sus propias palabras, “se sentía muy sola”. Esto nos da una idea de cómo podría ser la relación con sus padres. Pero realmente las claves aparecieron cuando empezamos a procesar ese recuerdo. Poco a poco, empezó a asociar aquel momento con una madre muy fría que frecuentemente se dirigía a ella con insultos. Para salir de aquel ambiente, Agustina se casó con el padre de su hijo, que la maltrató durante años. Como ella nunca había sido importante para nadie, no consideró tampoco que su sufrimiento importara. Cuando nació su hijo, pudo reaccionar y volver a casa de sus padres. Sin embargo, esto reactivó las difíciles vivencias de su infancia. Y aparecieron sus síntomas. Su mente le decía, sintiéndolo ella como una comunicación telepática de cuantos la rodeaban, que no tenía derecho a disfrutar, que no tenía derecho a vivir, que no tenía derecho a nada.

        En medio de estos fragmentos de su historia que se desvelaban entre tanda y tanda de movimientos oculares, Agustina me regaló muchas reflexiones sobre el proceso que estábamos haciendo juntas: “Me estoy sintiendo un poco persona… Me siento un poco persona. Siempre me había sentido como un animal, siempre…”, “Nunca me valoré, nunca”. “¿Esto que me están haciendo es una revolución, verdad, en la terapia?”, “¡Cómo me gustaría que esto se lo hicieran a mi hijo, él también tiene muchos problemas!”

        El declive mental y físico de Agustina empezó a remontar de un modo claro después de esta sesión. Seguimos trabajando en más recuerdos y, con mucha menos medicación, su cuadro se estabilizó. Aunque le costaba mucho relacionarse —llevaba toda la vida funcionando desde un patrón de aislamiento—, pudo ser más afectiva con su hijo y salir un poco de su encierro. Agustina me enseñó que no solo se puede trabajar con pacientes que sufren este tipo de problemas, sino que debemos hacerlo. De lo contrario, dejamos que personas con problemas mentales graves mantengan grandes dosis de sufrimiento que podría ser aliviado, dejamos que arrastren pesadas mochilas llenas de piedras que apenas pueden levantar”.

        González, A. (2021): “Las cicatrices no duelen. Cómo sanar nuestras heridas y deshacer los nudos emocionales”. (pp. 217-221). Planeta.

        Y finalizo este artículo con el párrafo de la solapa interior de la contraportada:

        “No importa lo mucho que todavía sigan doliendo las heridas: si las destapamos, quitamos lo que las contamina y dejamos que el organismo vuelva a poner en marcha su capacidad para curarse, se convertirán en cicatrices. Y las cicatrices no duelen”.

        Un saludo muy afectuoso.

        Paulino

         Vídeo de presentación de su libro:


(Fuente: https://www.youtube.com/watch?v=dnd2UYXzNfs)

        Vídeo de una charla de Anabel en “Aprendemos Juntos 2030” de BBVA:


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