“Benjamin Bikman
(@benbikmanphd) es médico , profesor e investigador de Fisiología y Desarrollo
Biológico en el Brighman Young University, en Provo, Utah.
Asimismo, dado su renombre como
científico a nivel internacional, ha colaborado en libros de autores best
seller, es cofundador de HLTH Code y de Insulin IQ Coaching, dos propuestas
basadas en dietas y estilos de vida para optimizar y mejorar la calidad de vida
y la salud”
La
cita anterior figura en la solapa interior de su libro “¿Por qué enfermamos? Descubre y
aprende a combatir la epidemia oculta tras las enfermedades crónicas” que fue recomendado por Jessie Inchauspé (@GlucoseGoddess), autora de “La revolución de la glucosa” comentado en mi blog Lecturas para compartir: https://paulino-iglesias.blogspot.com/2025/08/la-revolucion-de-la-glucosa.html.
1. Ayudar a divulgar entre la
población qué es la resistencia a la insulina, el trastorno de salud más
frecuente en todo el mundo.
2. Proporcionar información acerca de
la relación entre la insulina y las enfermedades crónicas.
3. Explicar qué se puede hacer frente
a la resistencia a la insulina”.
Bikman,
Benjamin. (2024): “¿Por qué enfermamos? Descubre y aprende a combatir la epidemia oculta tras
las enfermedades crónicas. (p. 17). Edaf.
Esos tres
objetivos anteriores marcan la división del libro en tres partes:
Parte I:
El problema. ¿Qué es la resistencia a la insulina y por qué importa?
Parte
II: Causas. ¿Por qué adquirimos la resistencia a la insulina?
Parte
III: La solución. ¿Cómo se puede luchar contra la resistencia a la insulina?
De
cada parte te extraigo un par de de conocimientos sobre las últimas
investigaciones del funcionamiento de nuestro cuerpo y lo que se esconde detrás
de algunas enfermedades crónicas que padecemos.
Parte I: El problema. ¿Qué es la resistencia a
la insulina y por qué importa?
Como dice el
Dr. Benjamin yo también creía que la insulina era algo relacionado con los
diabéticos y que no tenía nada que ver con toda la población en general; pero
ahora comprendo un poquito más la relevancia que tiene en el buen
funcionamiento de nuestro organismo y los problemas que tenemos cuando nuestras
células presentan la “resistencia a la insulina”.
“La
resistencia a la insulina es una epidemia de la que probablemente jamás hayas
oído hablar.
Aunque
muchos de nosotros la desconocemos, esa misma ignorancia ayuda a enmascarar su
prevalencia: se sabe que la padecen la mitad de toda la población adulta de los
Estados Unidos y aproximadamente uno de cada tres estadounidenses”.
[…]
“Si pretendemos comprender la resistencia
insulínica, es imprescindible comenzar por una base firme y conocer la propia
insulina. Mucha gente cree que se trata de un fármaco para diabéticos. Pero en
realidad, es una hormona que se genera en nuestro organismo de forma natural
(salvo si sufrimos diabetes tipo I, tema al que volveremos más adelante). ¿Qué
es la resistencia a la insulina? Como la mayoría de las hormonas, la insulina
es una proteína que se sintetiza en una parte del cuerpo, viaja a través de la
sangre y afecta a otras partes del organismo. En su caso, se origina en el
páncreas, un órgano pequeño encajado bajo el estómago. La función más conocida
de la insulina consiste en regular los niveles de la glucosa en sangre. Cuando
ingerimos alimentos que incrementan los niveles de glucosa en la sangre, el
páncreas secreta insulina, hormona que a su vez “abre las puertas” para
escoltar a la glucosa y acompañarla desde la sangre hacia diversas partes del
organismo, como el cerebro, el corazón, los músculos y tejidos adiposos. Pero es que la insulina no
se limita a regular la presencia de la glucosa en la sangre, sino que afecta a
cada célula de todos los tejidos del cuerpo: una audiencia colosal, desde
luego. No es algo muy frecuente entre las hormonas, que generalmente tan solo
afectan a un solo órgano individual o a un puñado de ellos. Pero resulta que la
mano de la insulina llega a todas las células. Por ejemplo, si se une a una
célula hepática, la insta a sintetizar grasas (entre otras cosas) y si llega a
una célula muscular la obliga a fabricar nuevas proteínas (entre otras cosas). Desde el encéfalo hasta las uñas de los
pies, la insulina regula cómo aprovecha cada célula la energía, altera sus dimensiones,
influye en la producción de otras hormonas o incluso determina si las células
deben continuar vivas o perecer”.
[…]
¿Cómo
definir la resistencia a la insulina?
De
la forma más resumida y simplificada, diríamos que la resistencia a la insulina
es una respuesta reducida a la hormona llamada insulina. Cuando una célula deja
de responder a la insulina, lo cual puede provocar diversas condiciones (que
abordaremos más adelante), se vuelve resistente a la insulina. A medida que
aumenta el número de células insulinorresistentes en todo el organismo, se
considera que esa persona se vuelve resistente a la insulina”.
Bikman,
Benjamin. (2024): “¿Por qué enfermamos? Descubre y aprende a combatir la epidemia oculta
tras las enfermedades crónicas. (pp. 21, 23 y 24)). Edaf.
La ciencia
ha sido forzada muchas veces por la política — comenta el Dr. Benjamín. Y sobre
todo en el tema de la gordura y las famosas calorías; por lo que nos aclara:
“¿Por qué engordamos?
La
historia de la investigación y el tratamiento de la obesidad es un relato
fascinante, pero plagado de infortunios. En tiempos se creía universalmente que
la obesidad, al menos parcialmente, era un problema hormonal. En 1923, Wilhelm
Falta, un eminente internista vienés señaló que “para engordar… es necesario
[tener] un páncreas intacto”. Si me lo permitís, aclararé que se refería a las
“hormonas del páncreas”. Sin embargo, a mediados del siglo XX, se produjo un
giro drástico del razonamiento y terminó por asentarse el dogma predominante en
la actualidad: el que postula que la obesidad es, sencillamente, el resultado
de ingerir más calorías de las que quemamos. Dicho con otras palabras, según
esta teoría, si comemos más de lo que gastamos, engordamos. Y solamente es
posible adelgazar si se come menos de lo que se gasta.
Si
pensamos en que hemos definido la grasa corporal como una reserva calórica
biológica, un almacén de calorías guardadas para el futuro, pues resulta que la
teoría tiene cierto sentido. Y además, encaja en nuestra idea de almacenamiento
y consumo de energía. Si le echas menos leña (combustible) al fuego, no podrá
arder con tanta fuerza. Por desgracia, esta teoría omite los sofisticados
procesos del organismo que regulan cómo se consume el carburante. Porque
nuestro cuerpo es algo más complejo que una hoguera.
En última instancia, son las hormonas
quienes determinan qué hace el organismo con el combustible que ingerimos y
guardamos. Ellas dictan si se crea más tejido muscular, si se refuerzan los
huesos, si se acumula más grasa, si se disipa en forma de calor, etc. Existen
miles de hormonas conocidas y su número va en aumento, porque se descubren
otras nuevas constantemente. La mayoría no tiene nada que ver con el uso que le
damos a las calorías, pero muchas otras sí, y no existe ninguna señal que por
sí solo fomente el crecimiento y la proliferación de las células adiposas con
la misma intensidad que la insulina”
Bikman,
Benjamin. (2024): “¿Por qué enfermamos? Descubre y aprende a combatir la epidemia oculta
tras las enfermedades crónicas. (pp. 116 y 117). Edaf.
Parte II: Causas. ¿Por qué adquirimos la resistencia a la insulina?
El Dr. Benjamin nos invita a ver por
el microscopio cómo reaccionan nuestras
células cuando las inundamos de insulina:
“El exceso de insulina genera resistencia
insulina.
De entre
los diversos factores proclives a causar resistencia a la insulina, la propia
hormona es el más relevante. Tras cuanto hemos visto ya, tal vez no te asombre,
pero recalquemos esta obviedad: cuando hay demasiada insulina, ella misma
genera la insulinorresistencia. Para hablar con precisión, diríamos que por
cada microunidad (1µU) que aumente la insulina en sangre en ayunas (y este es
un cambio ínfimo), la persona puede experimentar aproximadamente un incremento
del 20 % en la resistencia a la insulina. Podría parecer una relación algo rara
de causa y efecto, pero representa un rasgo fundamental de cómo funciona el
organismo. O sea que cuando un proceso se activa en exceso, a menudo el cuerpo
atenuará su respuesta al estímulo excesivo para limitar esa activación. Es un
proceso semejante al método que confiere a las bacterias la resistencia a los antibióticos
o el proceso por el cual, con el paso del tiempo, una adicta a la cafeína
acabará necesitando más cafeína para satisfacer su ansia que al principio. Si una célula, como las del hígado o los
tejidos musculoesqueléticos se inundan de insulina, no puede hacer nada para
reducir directamente la cantidad de insulina, no puede hacer nada para reducir
directamente la cantidad de insulina que se sintetiza en el páncreas. Pero si puede modificarse ella misma para
conseguir limitar el efecto de la insulina. Y así es como se vuelve
insulinorresistente. A medida que esto ocurre y se repite en millones de
células de todo el organismo, el cuerpo en conjunto desarrolla y adquiere
resistencia la insulina.
[…]
La
evidencia es clara; un exceso de insulina propulsa la insulinorresistencia en
varias partes del cuerpo, incluidos los tejidos adiposos y musculoesqueléticos,
tema en el abundaremos en el Capítulo 11.
El
aspecto crítico es que un nivel alto de insulina no surge exclusivamente de
problemas clínicos claros; lo más habitual es que esté derivado sencillamente
del estilo de vida. Por desgracia, como veremos en capítulos posteriores, el
estilo de vida predominante en la actualidad constituye una tormenta perfecta
de hiperinsulinemia”.
Bikman,
Benjamin. (2024): “¿Por qué enfermamos? Descubre y aprende a combatir la epidemia oculta
tras las enfermedades crónicas. (pp. 131, 132 y 133). Edaf.
No podía
faltar la ausencia de actividad física y el movimiento como otro de los
factores importantes que provocan en nuestras células “la resistencia a la
insulina” y el Dr. Benjamin nos da un pequeño empujón:
“Vida sedentaria.
La vieja máxima “si no lo usas, se
pierde” bien se podría aplicar a la sensibilidad a la insulina y la actividad
física. Así que cuanto menos movamos el esqueleto, más resistente se volverá el
organismo. De hecho este fenómeno constatado de manera tan frecuente y de forma
tan rotunda que muchos expertos sospechan que la inactividad física es uno de
los principales motivos por los que la insulinorresistencia tiende a agravarse
con la edad. Adoptar una vida sedentaria durante unos pocos días provoca una
resistencia a la insulina demostrable, incluso en personas que por lo demás
gozan de buena salud. Y lo peor es que este problema se agudiza a edades
avanzadas. No se trata de un efecto sutil, ni mucho menos: con apenas una
semana de sedentarismo, la resistencia a la insulina se puede multiplicar por
siete. De hecho, unas pocas semanas de inmovilidad generan un efecto perdurable
sobre la resistencia a la insulina, de manera que, aunque la persona vuelva a
retomar la actividad, la insulinorresistencia persiste durante semanas a un
nivel que duplica el de otra persona que sí haya mantenido la actividad física.
La resistencia a la insulina derivada de la
inactividad se origina, fundamentalmente en los músculos: si no los utilizamos,
su respuesta a la insulina se apaga. Lo interesante es que, basándose en la
inactividad de los músculos, la insulinorresistencia se manifiesta con una
precisión increíble. Por ejemplo: cuando tenemos una pierna escayolada (y por
tanto inmovilizada), en pocos días su sensibilidad a la insulina cae a la mitad
en comparación con la sensibilidad a la insulina de la otra pierna. Los
mecanismos moleculares que explican la resistencia a la insulina en los
músculos inmóviles son fascinantes. Resumiendo lo esencial, lo que sucede es
que la inmovilidad secuestra las vías por las que se propaga la inflamación. Ya
hemos visto detalladamente cómo la inflamación estimula la resistencia a la
insulina (repasa el Capítulo 12). Pues bien, si no usamos los músculos, ocurre
la misma concatenación de eventos: los músculos inactivos experimentan un
incremento de los eventos inflamatorios, que a su vez propulsan la resistencia
a la insulina.
[…]
La
solución más sencilla para suavizar el impacto de permanecer sentados sobre la
resistencia a la insulina consiste en interrumpir la postura levantándose
durante apenas dos minutos cada período de 20 minutos. Por ejemplo, bastaría
con flexionar los músculos de vez en cuando. Contraer un músculo 30 veces
durante unos segundos es suficiente para contribuir a reducir el riesgo”.
Bikman,
Benjamin. (2024): “¿Por qué enfermamos? Descubre y aprende a combatir la epidemia oculta
tras las enfermedades crónicas. (pp. 172 y 173). Edaf.
Parte III: La solución. ¿Cómo se puede luchar contra la resistencia a la insulina?
Yo siempre
creí que la “grasa” de los alimentos era esa substancia gelatinosa que acompaña
a algunas carnes o chorizos; sin embargo, el Dr. Benjamin nos muestra en sus cuadros sobre alimentos las porciones de
grasas, carbohidratos y proteínas que contienen los diferentes alimentos. Y nos
comenta la importancia de esta grasa para quedar saciados ante el “hambre
real”:
“¿Por
qué se nos despierta el hambre?
Pensamos que el hambre surge en función de si
tenemos el estómago lleno o vacío. Esa es la idea que nos impulsa a
comer alimentos supuestamente sanos en grandes raciones, cosas como la fibra. O
sea, algo que te llene pero sin añadir muchas calorías al total. Pero sentir
hambre es un mecanismo más complejo, que no se rige exclusivamente por la
cantidad de espacio libre que nos quede en los intestinos. En parte, el hambre
depende de la energía (medida en calorías) que les proporcionamos a nuestras
células. Si ellas detectan que el suministro es insuficiente pueden activar la
sensación de hambre en el cerebro, que la transmite al estómago. Si no fuese
así, cualquier paciente a quien se le administrase nutrición por vía
intravenosa sufriría un hambre atroz, pero eso no sucede.
Mientras exploraba qué es más
relevante para la sensación de hambre, si la energía o la masa, un grupo de
investigadores se encontró con que una infusión para administrar por vía
intravenosa solo contenía glucosa, la persona que la recibiese sentiría hambre.
Pero si la misma infusión también contenía algo de grasa, el hambre
desaparecía. En otras palabras, aunque los estómagos de los dos grupos de
participantes estaban vacíos, si sus células detectaban que la cantidad de
energía recibida era adecuada, especialmente si era en forma de grasas, al
organismo no lo acuciaba la necesidad de comer y la persona se sentía
satisfecha. Cuando comemos. La energía de los alimentos nos genera más
sensación de saciedad que la masa pura y dura: si tus células están bien
alimentadas, les da igual que haya o no haya algún elemento que ocupe mucho
espacio en el estómago”.
Bikman,
Benjamin. (2024): “¿Por qué enfermamos? Descubre y aprende a combatir la epidemia oculta
tras las enfermedades crónicas. (pp. 196 y 197). Edaf.
El Dr. Benjamín
destaca la importancia de tomar un buen desayuno debido a la influencia de las
hormonas, que siguen los ritmos circadianos de nuestro cuerpo y provocan
“resistencia a la insulina”:
“El ritmo circadiano y el fenómeno el
amanecer.
Nuestro
organismo dispone de un ritmo inherente que regula numerosas funciones, mucho
más allá del régimen de sueño y vigilia. Los niveles de hormonas muy potentes,
como el cortisol y la hormona del crecimiento, suben y bajan a lo largo de día
y noche, como las mareas. La insulina también sigue de forma natural este
ritmo, aunque no hayamos comido. Sus niveles empiezan a remontar alrededor de
las 5:30 de la madrugada e inician su descenso aproximadamente dos horas
después. Esos niveles de insulina al alza indican la existencia de un estado
leve de insulinorresistencia, y lo más importante, no s trata de un fenómeno que
suceda únicamente cuando sufrimos falta de sueño. Ocurre todos los días, aunque
hayamos dormido toda la noche de un tirón. Esa
resistencia a la insulina pasajera de primera hora de la mañana se conoce como
“fenómeno del amanecer”.
Un
ensayo controlado midió la variación en los niveles de insulina de un grupo de
personas a quienes se les ordenó beber la misma cantidad de glucosa durante
tres momentos de la jornada (mañana, primera hora de la tarde y primera hora de
la noche) y detectó que la respuesta de la insulina más aguda se registra por
la mañana. La más tenue era por la noche. La razón por la cual el cuerpo
necesitaba más insulina a primeras horas es el resultado de la labor de las
hormonas que se oponen a las acciones de la insulina. Ya he mencionado que uno
de los principales efectos de la insulina es reducir la glucosa en sangre,
porque la conduce hacia tejidos, como los tejidos musculoesqueléticos o los
adiposos. Por el contrario, las hormonas cuyo nivel asciende hacia el final de
nuestro ciclo de sueño como las catecolaminas, la hormona del crecimiento y muy
especialmente el cortisol actúan para incrementar la cantidad de glucosa en
sangre. Todo ello obliga a la insulina a esforzarse más para cumplir su misión.
Lo cual lleva aparejado que aumente la resistencia a la insulina”.
[…]
Dudo
mucho que ninguna otra comida del día se asiente tan a menudo con alimentos tan
poco recomendables. Para gran parte del mundo, desayunar significa atiborrarse
principalmente de azúcares y almidones: zumos, cereales, bollos, arroz o
tostadas. Como veremos en las próxima páginas, si tu desayuno medio tiene esta
pinta, bien podrías dejarlo en la mesa y sustituirlo por una inyección de
insulina”.
Bikman, Benjamin. (2024): “¿Por qué enfermamos? Descubre y aprende a combatir la epidemia oculta tras las enfermedades crónicas. (pp. 198 y 199). Edaf.
Del
capítulo de “El cerebro y los trastornos neurológicos” extraigo el gran
descubrimiento de “las cetonas” para dotar de energía a nuestro cerebro y el Dr.
Benjamín nos dice cómo producirlas:
“El cerebro exige una cantidad de energía
tremenda. Mientras se encuentra en reposo, es uno de los tejidos con actividad
metabólica más intensa (multiplica varias veces la de los músculos) y de ahí
que sea tan sensible a cualquier carencia de energía. Es un motor de altas
prestaciones y cuando el combustible escasea, petardea. Estando bien alimentado
(o sea tras ingerir una comida convencional), recibe el 100% del suministro
energético que necesita a través de la glucosa. En ayunas, por el contrario,
esa proporción se reduce a la mitad. La otra mitad de la energía la obtiene
entonces de unos compuestos llamados cetonas, de los que hablaremos más
adelante.
[…]
Cuando la
concentración de insulina disminuye tanto, el organismo cambia su modo de
actuar y empieza a quemar grasas en lugar de de glucosa para abastecerse de
energía. Esto puede suceder tras un período de ayuno (por ejemplo, de 18-24
horas) o si restringimos la toma de carbohidratos. Mientras el organismo sigue
quemando grasas, el hígado convierte parte de los lípidos en cuerpos cetónicos,
que en esencia son un combustible de reserva para diversas partes del
organismo, especialmente el cerebro.
Hace años
se consideraba que los cuerpos cetónicos eran desechos metabólicos, porque la
comunidad científica desconocía aún que finalidad cumplían. ¡Pero los tiempos
han cambiado! Hoy los cuerpos cetónicos no solo se reconocen como una fuente de
combustible explotable por casi todas las células, incluidas las del cerebro y
los músculos, sino que sabemos que son moléculas muy importantes, que emiten
señales con múltiples efectos benignos. Algunos de los beneficios que sabemos
que deparan los cuerpos cetónicos son incrementar el número de mitocondrias en
las células (los orgánulos celulares que descomponen las grasas), reducir el
estrés oxidativo y controlar la inflamación”
Bikman,
Benjamin. (2024): “¿Por qué enfermamos? Descubre y aprende a combatir la epidemia oculta
tras las enfermedades crónicas. (pp. 51, 52 y 210). Edaf.
Y LA DESPEDIDA…
Como dice el Dr. Benjamin en su
Introducción, aunque el libro hable de enfermedades, tiene un final feliz:
“Dado que
hay tantas dolencias asociadas a la resistencia a la insulina, he dedicado
buena parte de la obra a analizar cómo puede causarnos problemas de salud muy,
muy agudos. Muchas de las enfermedades que trataré (diabetes tipo II,
enfermedades coronarias, trastornos de Alzheimer y algunos tipos de cáncer) son
graves, sin cura conocida. Así que no me extrañaría que, a veces, te parezca
que estás leyendo una novela de terror. No desesperes; a pesar de todos los
trastornos crónicos que puede originar la resistencia a la insulina se puede
prevenir e incluso revertir. Y veremos cómo, en detalle. Tal vez leas cosas que
te asusten, pero te prometo que el libro tiene un final feliz: podemos luchar
y, si nos equipamos con soluciones basadas en la ciencia, podemos vencer”.
Bikman, Benjamin. (2024): “¿Por qué enfermamos? Descubre y aprende a combatir la epidemia oculta tras las enfermedades crónicas. (p. 18). Edaf.
Con mucho cariño.
Paulino